El 19 de marzo de 2024, un día que prometía ser una reconexión con un mundo que alguna vez fue mi objetivo para lograr metas, se convirtió en el inicio de un viaje inesperado. Un viaje en medio del bullicio del WEF. La llamada de mi padre resonó en mi teléfono con su voz cariñosa llamándome "negrita", como siempre lo hacía, a pesar de llevar cinco días hospitalizado tras una caída. Su tono era tranquilizador, lleno de ese optimismo que siempre lo caracterizó.Me contó sobre una operación que le esperaba, pues habían encontrado un tumor muy pequeño en una zona cerebral durante los estudios protocolares. No parecía tener indicios de cáncer, y papá estaba tranquilo, pues en caso de la intervención, sería sencilla y rápida. Afirmaba estar en manos de los mejores neurólogos, y eso garantizaría su recuperación. Así que, pese a mi insistencia de ir a verlo, me dijo: "Tranquila negrita, mejor sigue con el plan, el de viajar en julio". Vaticinaba estar recuperado para disfrutar los 80 años. Me insistió en que no me preocupara. Por un instante, comencé a sollozar, e inmediatamente, de manera enérgica, me puso un alto: "¡NO, ESO NO! Mejor sigamos con los planes". No podía permitir que un percance empañara nuestro esperado encuentro, pero lo que no podía imaginar es que esa llamada marcaría el inicio de un viaje que transformaría mi vida para siempre. Un viaje que me llevaría a reconectar con mi padre, de una manera que nunca antes había experimentado: un viaje de amor, pérdida y trascendencia.